Es esta una novela intocable, que pasa por ser una de las cumbres narrativas del siglo XX. Para llegar a tan feliz conclusión, al lector le espera un arduo trabajo: El de leer una novela corta que se hace larga, por mor de una expresión lingüística autobligada a colocar una metáfora, un oximorón o cualquier otro adorno literario cada poco más de tres líneas. No hay exageración en lo que digo: Todo el relato camina con la torpeza inherente a la acumulación de brillantes disquisiciones sobre lo dicho en la frase anterior, a un extremo tal, que el exasperado lector se verá a menudo en la necesidad de releer la parrafada, para hilvanar significados a veces tan arcanos y ambiguos, tan inescrutables, que solo queda seguir leyendo como si nada, empujando esta trenzada historia amorosa entre tres mujeres muy disímiles y algo esperpénticas, un convidado de piedra en forma de judío errante que no entiende nada, y un doctor O'Connor que se perfila con demasiada evidencia como el vocero de la autora de la obra; un personaje a través del cual se emite todo el discurso social, moral y humano que pudo parecer rompedor en los años treinta, pero que ahora lo pone a uno medio apático. Discurso como digo, acribillado de metáforas, frases ingeniosas y claroscuros bastante conseguidos, pero tan abundantes que terminan por asfixiar el relato y aburrir al lector. Una lástima, porque el magnífico retrato psicológico de Robin o la desesperación de O'Connor, no necesitaban tanta guarnición ni tanta pólvora. El plato así cocinado habría carecido de estridencias, hubiera sido sobradamente contundente, y más veraz.
No sé cómo calificar Tacones en la Arena . No es, evidentemente, un relato de ficción, y es una lástima, porque si lo fuera aún podríamos pensar que estas cosas no ocurren o ya no ocurren. Tampoco es propiamente un ensayo, ni siquiera un relato historiado de sucesos verídicos, aunque sería lo que más se aproximaría. Es más bien un sumario de hechos alarmantes que dan que pensar; quizás un toque de atención, tal vez incluso un yo acuso . Lola Quintanilla , a quien tuve el gusto de conocer en la presentación gijonesa de su libro (mujer observadora, profunda y a ratos inquietante), nos cuenta en primera persona una porción de historias que le han sido relatadas por las protagonistas; mujeres todas maltratadas por alguna arista de una vida a menudo cruel. Con nombre propio, desgrana cada una su dolor, su desesperanza, su amor y desamor. Fátima es el desgarro por una vida dual de refugiada y acogida. Mamen es la frustración del sobrepeso que no encaja en ningún esquema. Adela, la anciana
Comentarios
Publicar un comentario