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Mostrando entradas de 2022

Una Meditación, de Juan Benet; o la lectura inextricable.

  Cómo explicar una historia sin historia, y he de admitir que mi masoquista delectación por la obra de Juan Benet debe necesariamente ser deudora de la estricta psiquiatría, el Síndrome de Estocolmo y en este tren. No sé de qué va Una Meditación (1969), y tengo para mí que al autor se le fue la mano esta vez en su deriva oscurantista de farragosidad sin tiempo, ni sendas, ni argumentos. En el infinito (por nebuloso e inconcreto en su detallada geografía) paisaje de Región, supuso este relato el Rubicón de una locura: Casi quinientas páginas de un solo capítulo (¡uno solo!) de texto ciclópeo sin interrupciones, de margen a margen, de arriba abajo de la página, en un único e implacable párrafo sin (¡ni uno!) punto y aparte. Ausencia total de diálogo. No hay respiro ni asideros: Un solo bloque textual cubriendo monótonamente de parte a parte medio millar de páginas de soliloquio, en interminables bucles de derivadas, subordinadas y yuxtapuestas que se desparraman despiadadamente sobre pe

Los Premios. Revisando a Cortázar.

  Los Premios es la primera novela de Cortázar; autor ya conocido entonces (1960) por sus relatos cortos. En alguna parte he leído que en realidad fue su tercera novela, aunque la primera editada. En su momento, la obra cosechó notable éxito; pero francamente, sin dejar de ser un buen libro, a mí no me parece para tanto. En realidad, Julio Cortázar (al que considero un buen autor de cuentos que en ocasiones alcanza la brillantez) siempre me ha parecido un escritor sobrevalorado, que ha gozado de buena prensa acaso por esa cierta áurea progresista que lo amparó pronto, ribeteado además con algo tan argentino como irse a vivir a París. La obra desgrana el accidentado viaje del buque mixto Malcolm; crucero con el que han sido premiados los ganadores de una lotería estatal. Los agraciados (así comienza el relato) son citados en el clásico Café London de la Avenida de Mayo (aún existe, aunque en tiempos de la novela era casi nuevo) antes de partir. A bordo, y tras las semblanzas esboza

El Hereje, de Miguel Delibes. El placer de leer al viejo maestro.

  Magnífica novela de Delibes; relato documentadísimo y lleno de matices, en el que el maestro Delibes nos desgrana la historia de Cipriano Salcedo, acaudalado comerciante en pieles e indumentaria; sus orígenes, educación y amores, sus éxitos comerciales e inquietudes, su herejía final y su muerte. Y por el camino nos sumerge en la España del siglo XVI, guiados por su elegante y sucinta prosa castellana, para asistir con todo lujo de detalles a los usos y costumbres, la economía y sus oficios, el trato entre los distintos estamentos, las relaciones familiares… sin olvidar los atuendos, de los que el autor imparte cátedra con su pormenorizado conocimiento en calzas, carmeñolas, capotillos, sayas, jubones y ropillas, entre las que los zamarros aforrados supondrán parte importante de la historia relatada. Cipriano Salcedo nace en Valladolid, en el seno de una familia acomodada; la formada por don Bernardo Salcedo, hombre de negocios, y doña Catalina de Bustamante, que muere en el parto.

Los Cipreses creen en Dios, de José María Gironella. Un relato vencido por el tiempo.

Hace años, cuando empezaba una novela, la acababa; ya no. Estimo ahora que mi tiempo vale mucho más que forzarme a terminar un relato que no me convence o me aburre soberanamente. Confieso que con esta obra he estado a punto de abandonar, y creo que solo la esperanza de una enmienda futura en el inacabable fárrago (cerca de novecientas páginas) me alentó a proseguir la lectura, primero; y la renuencia a dar por perdidas trescientas páginas (más tarde cuatrocientas, quinientas...), me sostuvo después. La novela pasa por ser una de las más leídas de las escritas en lengua castellana, con más de doce millones de lecturas en todo el mundo; pero honestamente, no acierto a explicarme la causa, ni creo que en literatura pueda ser considerada la dilatación como un bien necesario. Por el contrario, a menudo menos es más, y nos resultan admirables aquellos autores que hacen gala de una máxima expresividad con una economía expositiva. Ciertamente, a mi modo de ver, le sobran al relato la mitad