Ir al contenido principal

El Hereje, de Miguel Delibes. El placer de leer al viejo maestro.

 

Magnífica novela de Delibes; relato documentadísimo y lleno de matices, en el que el maestro Delibes nos desgrana la historia de Cipriano Salcedo, acaudalado comerciante en pieles e indumentaria; sus orígenes, educación y amores, sus éxitos comerciales e inquietudes, su herejía final y su muerte. Y por el camino nos sumerge en la España del siglo XVI, guiados por su elegante y sucinta prosa castellana, para asistir con todo lujo de detalles a los usos y costumbres, la economía y sus oficios, el trato entre los distintos estamentos, las relaciones familiares… sin olvidar los atuendos, de los que el autor imparte cátedra con su pormenorizado conocimiento en calzas, carmeñolas, capotillos, sayas, jubones y ropillas, entre las que los zamarros aforrados supondrán parte importante de la historia relatada.


Cipriano Salcedo nace en Valladolid, en el seno de una familia acomodada; la formada por don Bernardo Salcedo, hombre de negocios, y doña Catalina de Bustamante, que muere en el parto. Tal desgracia provoca en don Bernardo un insuperable rechazo por el neonato Cipriano, que resulta además pequeño como un sietemesino, feo y peludo, despreciable a ojos de su padre, que termina por apartarse de él, asistiendo a su crianza y educación desde una distancia glacial. El pequeño Cipriano queda al cuidado de su nodriza Minervina, y con los años, tras el fracaso de un prefector, será ingresado en un colegio para niños expósitos, donde se formará con aprovechamiento, pero también aprenderá de la vida toda clase de malicias.

A la muerte de Bernardo, queda al cuidado y protección de su tío Ignacio Salcedo, oidor de la Chancillería, que se convierte en su tutor. En esos años se forma en leyes, conoce el amor del brazo de su antigua nodriza Minervina, hereda una considerable fortuna y entra en negocios como antes lo hiciera su padre. Hombre de iniciativa, Cipriano desarrolla una empresa novedosa con las ropillas aforradas y su luego famoso Zamarro de Cipriano, con el que hará buenos dineros.


En esa febril actividad comercial que le reclaman sus negocios, tratando con clientes y proveedores, conoce a Segundo Centeno, proveedor de vellones, de cuya hija Teodomira se enamora. Teodomira, en adelante Teo, también conocida como La Reina del Páramo por su habilidad esquiladora de ovejas, se convierte en su esposa; y con ella iniciará un agotador y estéril tratamiento para tener descendencia. Sus frecuentes viajes, el carácter inestable de Teo, amén de la imposibilidad de tener hijos, van lastrando la relación, que termina cuando ella, desquiciada, es encerrada en un sanatorio mental, donde finalmente fallece.


Pero es en esas relaciones comerciales primero, y en la soledad de su viudez después, donde Cipriano va extendiendo sus amistades hasta tomar contacto con personas del ámbito sino protestante, al menos reformista, erasmista, y en cualquier caso con inquietudes religiosas y anhelantes de nuevos postulados. Entre ellos, resalta Pedro Cazalla, que lo pone en contacto con otros miembros de su familia, como su madre Leonor o el Doctor Agustín Cazalla, contrastado teólogo y pensador. A partir de ahí, frecuenta Cipriano círculos decididamente peligrosos por sus ideas, conventículos en los que conocerá a otras prestigiosas figuras, como Fray Domingo de Rojas, Carlos de Seso o Ana Enríquez, joven y bella mujer con la que vivirá una aproximación entre amorosa y platónica. Se implica en la secta hasta el nivel de imprimir de su propio peculio libros prohibidos, realizar un viaje a Alemania para entrevistarse con personas luteranas de relieve, o introducir en la península publicaciones peligrosas.


Por filtraciones e imprudencias, son descubiertos por el Santo Oficio. Con las primeras detenciones se produce una desbandada en la que, finalmente, Cipriano Salcedo es apresado. Asistimos aquí al depresivo encarcelamiento, el tormento en el potro, la desesperanza ante las delaciones de unos y otros para tratar de salvar el cuello. Cipriano no se aviene con eso y finalmente es condenado a la hoguera en el histórico auto de fe de mayo de 1559, en la misma Valladolid.


Aclarar que, al igual que el auto de fe, las figuras (y condenas) de varios de los más remarcados personajes reformistas (Agustín Cazalla y familia, Fray Domingo de Rojas, Carlos de Seso…) son históricas. Sobre ellos, teje Delibes esta maravillosa ficción que, créanme, es un placer leer.

Siempre lo es don Miguel Delibes.


Comentarios

Entradas populares de este blog

Tacones en la Arena, de Lola Quintanilla: Vivencias para pensar.

No sé cómo calificar Tacones en la Arena . No es, evidentemente, un relato de ficción, y es una lástima, porque si lo fuera aún podríamos pensar que estas cosas no ocurren o ya no ocurren. Tampoco es propiamente un ensayo, ni siquiera un relato historiado de sucesos verídicos, aunque sería lo que más se aproximaría. Es más bien un sumario de hechos alarmantes que dan que pensar; quizás un toque de atención, tal vez incluso un yo acuso . Lola Quintanilla , a quien tuve el gusto de conocer en la presentación gijonesa de su libro (mujer observadora, profunda y a ratos inquietante), nos cuenta en primera persona una porción de historias que le han sido relatadas por las protagonistas; mujeres todas maltratadas por alguna arista de una vida a menudo cruel. Con nombre propio, desgrana cada una su dolor, su desesperanza, su amor y desamor. Fátima es el desgarro por una vida dual de refugiada y acogida. Mamen es la frustración del sobrepeso que no encaja en ningún esquema. Adela, la anciana

Bella del Señor, de Albert Cohen; o la automutilación de una gran obra.

  Bella del Señor (1968) pasa por ser una de las cumbres de la literatura en francés y probablemente la obra más importante (con permiso de Comeclavos , a decir de otros) de su autor, Albert Cohen; un suizo judío de origen sefardita, con raíces griegas, creador de un corpus literario más bien parco (no más de nueve obras entre poesía, novela y teatro) y enteramente en francés. La novela es larga, arriba de las ochocientas páginas, y pudo serlo más, dado que el original andaba cerca de las mil trescientas, pero el editor - espantado, con toda probabilidad - convenció al autor para desgajar en otra novela ( Los Esforzados ) varias partes más o menos jocosas del manuscrito. Larga entonces, con espacio para cualquier detalle; y sin embargo lo deja a uno con ese regusto triste de lo incompleto, lo mal rematado; como una obra maestra de la pintura que tuviera aquí o allá brochazos deficientes, áreas apresuradas o inacabadas, aspectos que reclamaban otro tratamiento o ninguno. Dejando

El Bosque de la Noche - Djuna Barnes. La fatiga de interpretar y contextualizar.

Es esta una novela intocable, que pasa por ser una de las cumbres narrativas del siglo XX. Para llegar a tan feliz conclusión, al lector le espera un arduo trabajo: El de leer una novela corta que se hace larga, por mor de una expresión lingüística autobligada a colocar una metáfora, un oximorón o cualquier otro adorno literario cada poco más de tres líneas. No hay exageración en lo que digo: Todo el relato camina con la torpeza inherente a la acumulación de brillantes disquisiciones sobre lo dicho en la frase anterior, a un extremo tal, que el exasperado lector se verá a menudo en la necesidad de releer la parrafada, para hilvanar significados a veces tan arcanos y ambiguos, tan inescrutables, que solo queda seguir leyendo como si nada, empujando esta trenzada historia amorosa entre tres mujeres muy disímiles y algo esperpénticas, un convidado de piedra en forma de judío errante que no entiende nada, y un doctor O'Connor que se perfila con demasiada evidencia como el vocero de l